sábado, 1 de diciembre de 2007
¡Es hora de no volver a tomar refrescos!
Si tu dieta no resulta, podrías preguntarte si la respuesta no está en las aparentemente inocentes coca-colas. Los refrescos son mucho más adictivos de lo que parecen: el sabor, la cafeína y el golpe repentino de azúcar en la sangre han propiciado que millones de personas en todo el mundo hayan desarrollado un aterrador hábito refresquero. Muchas oficinas y sitios de trabajo llenan sus alacenas de refrescos para los trabajadores, y las máquinas expendedoras son un negocio popular en muchas partes del mundo.
La mayor parte su vida, Abbey Arndt de 33 años, ha sido una adicta al refresco.
A media mañana, iba a la nevera de la oficina a coger una de las sodas gratis que la compañía proporciona. Coca-Cola, Pepsi, Mountain Dew, no importaba. En la tarde, se tomaba otra lata, y a la hora de la cena probablemente una tercera. “Si no estaba tomándome un refresco, estaba pensando en tomarme uno”, dice Arndt, una consultora corporativa de Grafton, Wisconsin.
Sus problemas de peso empezaron a los diez años de edad, poco después de comenzar a beberse grandes cantidades de refresco. Eso continuó hacia sus 20 y 30. Llegó a pesar 142 kilos. Aparte de sentirse gorda, lidiaba con caries violentas, cambios de humor y niveles erráticos de energía. “Me pondría letárgica a media mañana, así que me tomaba un refresco pensando que me daría un poco de energía. Media hora después, casi me quedaba dormida sobre el teclado”.
Las sodas y refrescos están tan llenos de azúcar que son como caramelo líquido. Medio litro de bebida carbonatada equivale a unas 225 calorías, que en el transcurso de un mes pueden traducirse fácilmente en un kilo de peso. Al cabo de un año, sólo en refrescos has añadido 12 kilos de peso a tu cuerpo. Abbey se convenció de que el refresco era un problema para ella, así que decidió dejarlo en diciembre de 2005. En siete meses, había rebajado 41 kilos.
Todo el mundo sabe que estas bebidas son altas en calorías, pero lo que no nos damos cuenta es que estas calorías son particularmente efectivas para hacernos engordar. Quizás porque pasan por el estómago mucho más rápido que la comida, “las calorías líquidas pasan desapercibidas por el sistema regulador de peso de tu cuerpo”, dice David S. Ludwig, MD, PhD, director del programa de obesidad del Hospital Infantil de Boston. Como resultado, la gente que traga bebidas azucaradas no se siente nunca tan llena como los que consumen las mismas calorías en alimentos sólidos.
Esta teoría la probaron los investigadores de la Universidad de Purdue, en 2000, cuando le dieron a 15 voluntarios 450 calorías diarias de gomitas de caramelo por un mes, y al otro mes les cambiaron las gomitas por refrescos. Cuando comían gomitas, los voluntarios compensaron las calorías comiendo menos y mantuvieron su peso. Durante la fase del refresco, los voluntarios comieron más y ganaron más kilos.
Pero no sólo eso, sino que los refrescos también exigen al cuerpo más esfuerzo para procesar los azúcares, por lo que los científicos temen que el consumo de bebidas azucaradas sea la razón por la cual se ha triplicado el número de pacientes de Diabetes tipo 2 en los EEUU.
“Cualquier cosa que promueva el aumento de peso aumenta las posibilidades de diabetes”, dice el Doctor Ludwig. “Pero los carbohidratos de muy rápida absorción, como el sirope de maíz alto en fructosa que llevan los refrescos, exige más de las células productoras de insulina que otras comidas”. Cuando el azúcar entra el torrente sanguíneo rápidamente, el páncreas debe segregar gran cantidad de insulina para que el cuerpo lo procese. Algunos científicos consideran que la constante demanda que los hábitos de tomar refrescos ponen en el páncreas puede, con el tiempo, hacerlo incapaz de cumplir con la necesidad de insulina del cuerpo. La insulina misma se hace menos efectiva al procesar el azúcar, ambas condiciones contribuyen al riesgo de diabetes”.
El dentista Poonam Jaim, de Southern Illinois University School of Dental Medicine, investigó varios refrescos por su pH para medir su acidez. El ácido de batería tiene un pH de 1, y el agua un pH de 7. Los refrescos azucarados tuvieron pH de 2.5 (muy ácidos) mientras los de dieta marcaron 3.2.
“Esta acidez disuelve el contenido mineral del esmalte dental, haciendo los dientes mucho más vulnerables a la caries, más sensibles y más débiles”. Saborear los refrescos es más dañino que tragarlos, cosa que mucha gente hace. “Apenas tomas un sorbo, la saliva se acidifica pero al cabo de 20 minutos el cuerpo ha neutralizado el ácido. La gente toma sorbitos de refresco por una hora, hora y media, y la boca permanece acídica todo ese tiempo. La gente que toma varias sodas al día nunca le da oportunidad a la saliva de neutralizarse”.
Recientes hallazgos parecen vincular el consumo de refrescos con la posibilidad de sufrir de osteoporosis, una deficiencia de calcio en los huesos que facilita fracturas y otros inconvenientes. Mientras en los años 50, se bebían 3 tazas de leche por cada taza de refresco, hoy se ha invertido la proporción y los niños consumen sólo una taza de leche por cada tres de refrescos azucarados, con la lógica disminución del consumo de Calcio. La acidez de las sodas, se sospecha, también afectaría la capacidad del cuerpo de fijar este mineral protector en los huesos.
Todos estudios parecen dejar claro que los refrescos, de dieta o normales, son pésimos para la salud humana - en todos los sentidos. Los descubrimientos y advertencias al respecto pueden tener que ver con la fuerte caída en las ventas de estas bebidas en los EEUU, de un 7% en cinco años.
¿Cuando beber agua?
* Para asegurar un equilibrio en el agua del cuerpo, se aconseja tomar uno o un litro y medio de agua al día. Hay que hidratarse en pequeñas dosis, todos los días.
* Al despertar: en ayunas, el agua realiza un drenaje de las vías digestivas y urinarias.
* Entre las comidas: dinamiza las células, moderar el hambre y las ganas de fumar.
* Con las comidas: demasiada agua en la comida impide una digestión normal.
* Después de practicar deportes: para la recuperación muscular y evitar calambres.
* Durante el embarazo: ya que el trabajo de eliminación de agua se duplica.
* Para amamantar: la producción de leche requiere mucha agua.
* En caso de fiebre: para compensar las pérdidas por la transpiración * En verano: para evitar deshidrataciones, producto de las altas temperaturas.
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